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Antonio José, hace justo ochenta años...
16Sep
1936

La súplica de un valiente amigo

A mediados del mes de septiembre las tardes se acortan con rapidez. Algo que puede resultar intrascendente en la vida cotidiana se convierte en angustioso cuando se malvive privado de libertad y sin ningún tipo de garantía judicial. Con la llegada de la noche y la oscuridad el miedo a las malditas y cotidianas sacas se intensificaba entre los encarcelados en la Prisión Central de Burgos.

Ninguno estaba seguro de a quién podría tocar la macabra lotería que todas las madrugadas organizaban los criminales fascistas. Antonio José había puesto todas las esperanzas en su pronta liberación en la carta enviada a su influyente amigo Matías Martínez Burgos, dándole cuenta del lacerante anónimo recibido en la prisión. Sin perder tiempo el mencionado erudito local, de conocida filiación carlista, se presentó en el despacho del gobernador civil. Pero con tan mala suerte que el puesto estaba ocupado desde unos días antes por el general Francisco Fermoso Blanco, un sanguinario falangista que sustituyó al general monárquico Fidel Dávila. Este último por lo menos había asegurado que mientras él estuviese en el cargo nadie tocaría al músico burgalés.

A petición del nuevo gobernador, Martínez Burgos, pone por escrito la súplica verbal que le había dirigido personalmente para que no se repitiera con Antonio José “la infamia y la injusticia que se estaba cometiendo con otros encarcelados.” En su valiente carta —hay que tener en cuenta el duro enfrentamiento que en esos momentos existía entre carlistas y falangistas por el control ideológico del nuevo régimen— relata que Antonio José lleva preso más de cuarenta días, no se le ha tomado declaración y que ha recibido un insultante y amenazador anónimo del que adjunta copia.

Leyendo la misiva se puede comprobar que muchos burgaleses conocían el terror desatado por los militares golpistas, encabezados en ese momento por el general Emilio Mola, y las diversas bandas fascistas que colaboraban con ellos:“Sabiendo yo que para otros presos, sin tomarles tampoco declaración, ha llegado un día, mejor dicho una noche en que les han sacado del Penal, y no se ha vuelto a saber de ellos, me creo obligado en conciencia a prevenir un trance parecido respecto de Antonio José…”

Por desgracia uno de los párrafos del escrito remitido al gobernador civil es todo un ejercicio premonitorio de los dramáticos acontecimientos que se iban a suceder: “Antonio José, por sus obras musicales, tiene nombre europeo; en la Historia de la Música habrá siempre una biografía de Antonio José, donde se sabrá cuándo nació y lo que hizo; es menester que su muerte no la envuelva un misterio peligroso.”

Nota: Todos estos materiales imprescindibles para reconstruir la biografía de Antonio José se conocen gracias al libro de Miguel Ángel Palacios Garoz, ‘En tinta roja: cartas y otros escritos de Antonio José’, Burgos, 2002.

foto 16 de septiembre 36

Matías Martínez Burgos.


13Sep
1936

Soñando con París

Tras recibir un maldito anónimo repleto de calumnias y amenazas Antonio José estaba “acongojadísimo” y con el ánimo por los suelos. Pero en las postales remitidas durante esos días es capaz de disimular comentando las fotos familiares (en especial la de su sobrina Ana-Mary) que le había entregado un amigo en una visita, el estado de salud de su añorado perro ‘Bruko’, el alivio de recibir con frecuencia mudas limpias y lo mucho que le habían gustado los cangrejos “…los más ricos que he comido en la vida”.

Tan desesperado estaba que comienza a darse cuenta, él que siempre fue tan cuidadoso con su aspecto, que el pelo se le estaba poniendo blanco por días. Por ello no es de extrañar que, como contó años después alguien que fue testigo de esas jornadas de angustia, manifestase su deseo de que si conseguía salir con bien de la tragedia que estaba viviendo se marcharía a París para, además, solicitar (alguien que era tan español, tan castellano y, sobre todo, tan burgalés) la nacionalidad francesa.

Puede ser que al evocar los intensos meses vividos en París, durante los veranos de 1925 y 1926, sintiese algún alivio en la tensa desazón que invadía su sensible espíritu. En esa ciudad, cuna de todas las vanguardias musicales y artísticas del momento, Antonio José se reafirma en que la música que había imaginado ya existía. Eso pudo suceder al escuchar alguna partitura de sus admirados Debussy o Ravel. La influencia de estos grandes músicos impresionistas franceses dejó su huella en la manera en la que Antonio José fue capaz de transmutar en música el paisaje burgalés y la esencia castellana. Una admiración mutua ya que Maurice Ravel dejó escrito que: “Antonio José llegará a ser el gran músico español de nuestro siglo”.

Nota: la mayoría de las imágenes que ilustran estos textos están depositadas en el Archivo Municipal de Burgos. Desde aquí queremos dar las gracias a su directora, Milagros Moratinos, y al resto de trabajadores por su profesionalidad y siempre amable colaboración con este proyecto.

foto 13 de septiembre 36

Foto: Archivo Municipal de Burgos


12Sep
1936

Un anónimo muy dañino

Poco a poco y según pasaban los días Antonio José estaba perdiendo la inicial esperanza de que todo lo que estaba viviendo fuese un mal sueño y que más pronto que tarde recuperaría la tan ansiada libertad. Aunque escasas, algunas noticias conseguían traspasar los gruesos muros de la prisión y burlar una estricta censura ejercida por religiosos —en especial jesuitas— afectos al nuevo y criminal régimen golpista. Bien por los nuevos detenidos o por los comentarios de las visitas, los presos se enteraban de la trágica situación que se estaba viviendo en España. Para Antonio José, que además contaba con la admiración y la amistad de algunos funcionaros de prisiones, tuvo que ser muy inquietante el rumor que corría sobre el asesinato de Federico García Lorca en su Granada natal, un joven talentoso y reconocido creador al que conocía personalmente y con una trayectoria vital tan parecida a la suya.

Pero lo que verdaderamente va a derrumbar el ánimo del compositor es un insultante y amenazador anónimo —por lo que se ve sin problemas con la caritativa censura— que recibe el día 11 de septiembre. Firmado por ‘un legionario de España’ (miembro de las milicias fascistas del doctor Albiñana) y escrito a máquina en un papel amarillo, es un mal hilvanado conjunto de calumnias y dañinas aseveraciones que, por desgracia, consiguen su miserable y perverso efecto: hacer el mayor daño posible en la ya maltrecha vida de Antonio José.

Sin perder ni un minuto y dándose cuenta, quizá por primera vez desde su detención, del auténtico peligro que corre su vida, escribe una intensa y casi testamentaria carta a su amigo Matías Martínez Burgos que, además de director de la Biblioteca Pública y del Museo Arqueológico de Burgos, era un conocido carlista.

Aunque en la entrega del día 16 de septiembre nos haremos eco del contenido de esta carta y de la reacción de su destinatario, no podemos dejar de reproducir este impresionante párrafo salido de las entrañas de nuestro protagonista: “Ahora me explico muchas cosas odiosas que he sufrido. Pero, casi loco de dolor me pregunto, ¿es posible que exista en Burgos un hombre bien nacido que sea capaz de inventar y atribuirme tan tremendas calumnias como las que se han vertido en esta carta rezumante de odio? ¿Es posible que mi vida consagrada exclusivamente al estudio y a la exaltación de Burgos merezca ahora este odio, este desprecio y este espantoso trato?”

foto 12 de septiembre 36

Foto: Archivo Municipal de Burgos


09Sep
1936

El sabor de la libertad

Además de las cartas y postales y de las visitas de unos pocos amigos y familiares, el contacto más intenso y evocador que tiene Antonio José con el exterior son las cestas de comida que casi todos los días le envía su familia. Tantos y tan buenos alimentos, que el músico bromea con que está engordando de tanto comer y de no hacer nada “…en este veraneo forzoso.” Incluso llega a escribir que “Si seguís mandando tan rica comida no voy a querer salir de aquí.”

En el menú que les preparan en su casa, la comida era también para su hermano Julio, no faltan sus platos preferidos: judías verdes, ensaladilla, empanadillas, cangrejos de río, peces fritos, tortilla de patata, carne empanada, frutas variadas… Es tanta la abundancia y la variedad de los alimentos, que Antonio José comienza a preocuparse: “Aquí mi hermano y yo nos arreglaremos con el rancho y trataremos de evitar el gasto que nuestra ausencia hace imposible.” Además de las viandas mencionadas los hermanos Martínez Palacios reciben tabaco, chicles y chocolate que acaban compartiendo con otros presos menos afortunados, sobre todo los de fuera de Burgos y los de familias con menos recursos.

Con independencia de sus ruegos las cestas continuaron llegando hasta el final. Cuando el tedio, la tensión y la incertidumbre se hacían insoportables dentro de la prisión la mejor terapia pasaba por degustar el sabor de la libertad. Como el de esas humildes empanadillas de tomate que tanto le gustaban y que, seguro, traerían a su memoria las entrañables y añoradas comidas campestres con sus amigos.

foto 9 de septiembre 36

Foto: Archivo Municipal de Burgos