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Archivo

Antonio José, hace justo ochenta años...
30Sep
1936

Un poeta entre rejas

“Ha vuelto el frío y con él el malestar”, con estas palabras Antonio José resume a Consuelo Mediavilla el abatimiento que se había apoderado de su persona. En la postal de este último día de septiembre se percibe un cambio profundo en el estado de ánimo del músico. Con un rotundo “No me entenderías…”, evita dar más explicaciones ante una situación que se le estaba haciendo insostenible dentro de la prisión. Para no intranquilizar todavía más a sus familiares y amigos se calla que aprovechando las noches con luna llena los criminales fascistas estaban incrementando las sacas. Como la de la madrugada del día anterior en la que una treintena de burgaleses con nombre, apellidos y familias angustiadas fueron llevados hasta el Monte de Estépar para ser torturados, asesinados y mal enterrados en una fosa común.

El compositor tampoco quiso contar que a través de las escasas visitas que recibía y las filtraciones de algún compasivo funcionario estaba al tanto de las infructuosas gestiones que sus amigos —en especial Matías Martínez Burgos— estaban llevando a cabo entre los responsables de la represión y otras personas influyentes para obtener su libertad o, por lo menos, una garantía sobre su vida. Quizá y como plantea un descendiente directo de los hermanos Martínez Palacios, los esfuerzos para salvar al reconocido músico se toparon con la negativa de Antonio José para aceptar una solución que no incluyera a su hermano Julio.

Antonio José también pudo enterarse que el día 29 de septiembre había ingresado en la prisión de Burgos el escritor y poeta Manuel Machado. Hermano de Antonio Machado, el mejor poeta español moderno, todos los veranos viajaba hasta la ciudad del Arlanzón para visitar a una cuñada monja. Por esos avatares del destino no pudo tomar el último tren que partió de Burgos con dirección a Madrid, el fatídico 18 de julio de 1936.

Manuel se tuvo que quedar a vivir en la pensión Filomena, en la calle Aparicio y Ruiz, a la espera de los acontecimientos. Pero su reconocida simpatía por los más nobles ideales republicanos hizo que muy pronto los golpistas dudaran de su inquebrantable adhesión al ‘Movimiento Nacional’. A cambio de su rápida liberación Manuel Machado se convirtió en uno de los poetas oficiales del ‘Nuevo Régimen’.

Lo que nadie pudo impedirle es que en febrero de 1939 y al enterarse de la muerte de Antonio Machado —símbolo de esa España que estaba a punto de perder una sangrienta Guerra Civil— viajase hasta Collioure, en el sur de Francia y muy cerca de la frontera con Cataluña, para hacerse cargo de su anciana y enferma madre. Manuel llegó tarde y solo pudo consolar su intenso dolor ante la modesta tumba en la que sus familiares más queridos, a los que estaba tan unido, descansaban para siempre de la guerra y el exilio. No lo sabemos con seguridad pero es muy probable que fuese Manuel el que encontró en un bolsillo de la chaqueta de Antonio los últimos versos escritos por el insigne poeta: “Estos días azules y este sol de la infancia”. A Manuel se le tuvo que partir el corazón.

foto 26 de septiembre 36

Manuel y Antonio Machado


28Sep
1936

Don Julio, el maestro de Pradoluengo

“La enseñanza mejoraría, más que con buenos libros, con maestros buenos”. Antonio José había escrito esta reflexión en 1929 recordando las carencias de la educación que recibió de niño. Dos años después, con la llegada de la Segunda República Española, ese utópico deseo comenzó a hacerse realidad: una escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana y donde la actividad era el eje de la metodología. La educativa, quiso ser la piedra angular de todas las reformas republicanas para implantar definitivamente en España un Estado democrático sustentado por un pueblo alfabetizado y libre de las ataduras impuestas durante siglos por los poderes civiles y religiosos.

Desde 1931 y en especial con los gobiernos republicanos y socialistas se proyectó la construcción de casi 30.000 nuevas escuelas y también se crearon miles de plazas para maestros. A los nuevos docentes, que estaban muy bien formados, gracias a un novedoso y cuidado Plan Profesional inspirado en la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza, se les subió un sueldo que hasta entonces rayaba con lo miserable.

Atraídos por esta favorable coyuntura muchos jóvenes con vocación entraron a formar parte de ese magisterio que quería llevar la educación, la cultura y ese fresco aire de libertad a todos los rincones del país. Seguro que Antonio José tuvo que sentirse muy orgulloso cuando Julio Martínez Palacios, su hermano mayor, decidió formarse como maestro. Buen escritor y periodista —llegó a trabajar en Diario de Burgos—, tras aprobar la oposición se hizo cargo de una de las plazas de maestro en la industrial localidad burgalesa de Pradoluengo.

Pero claro, este avanzado sistema de enseñanza, pública, laica y moderna, no dejó indiferente a los sectores más reaccionarios de la derecha ni de la Iglesia católica, que veían peligrar su, hasta entonces, férreo control del sistema educativo. Por eso una de las primeras medidas del régimen instaurado por los militares golpistas tras el 18 de julio fue la sistemática represión de los maestros. Y en la provincia de Burgos se batieron todos los récords: 20 maestros asesinados, otros 20 desaparecidos y 83 encarcelados. Entre los que padecieron la cárcel y fueron ejecutados se encontraba don Julio, el maestro de Pradoluengo.

foto 26 de septiembre 36

Julio y Antonio José Foto: Archivo Municipal de Burgos


26Sep
1936

Un ilustre compañero de celda

Cuando el 12 de mayo de 1936, Antonio José escribió una carta de agradecimiento al Presidente de la Diputación de Burgos por la subvención que le habían concedido para rescatar en Madrid el original de su Colección de cantos populares burgaleses, y poder utilizar su prólogo, La canción popular burgalesa, como ponencia en el III Congreso de la Sociedad Internacional de Musicología —celebrado en abril de ese año en Barcelona—, no podía imaginar la paradoja que le reservaba el destino. Poco más de cuatro meses después estaba compartiendo celda con su ilustre interlocutor.

Felipe Vitores Puras era un joven farmacéutico de 33 años de edad, militante del partido Izquierda Republicana, que había sido alcalde de Belorado, su localidad natal, y desde febrero de 1936 presidente de la Diputación Provincial de Burgos. Depuesto y detenido por los militares golpistas ingresó días después en la Prisión Central de Burgos.

En su postal de 26 de septiembre, Antonio José tranquiliza a las hermanas Emilia y Concha Sidar Puras, integrantes del Orfeón Burgalés y muy amigas suyas, “…que desde anoche su primo Felipe duerme en mi brigada y precisamente junto a mí. Está muy bien, como todos nosotros”. Felipe Vitores fue condenado a trabajos forzados y acabó desterrado en A Coruña y Bilbao.

La represión fascista fue sistemática y cruel contra los cargos electos burgaleses de filiación republicana y socialista. Hay constancia documental de al menos 61 alcaldes y otros 60 concejales asesinados en la provincia. Respecto a los alcaldes, salvo el de la capital, fueron ejecutados los de las principales poblaciones: Aranda de Duero, Miranda de Ebro, Briviesca, Roa, Salas de los Infantes, Villarcayo, Sedano y Villadiego. Tanto en Aranda de Duero como en Miranda de Ebro, fue eliminada la mitad exacta de cada corporación, siete concejales, con sus respectivos alcaldes a la cabeza, Felipe Gutiérrez y Emiliano Bajo respectivamente. Otro caso significativo es el de Eliseo Cuadrado, alcalde de Villarcayo y diputado nacional por Izquierda Republicana, que fue encarcelado y ejecutado tras una saca de la prisión de Burgos, el 3 de agosto de 1936.

Además, otros 60 alcaldes y más de doscientos concejales estuvieron encarcelados o fueron represaliados por las Comisiones de Incautación de Bienes y los Tribunales de Responsabilidades Políticas creados exprofeso por los golpistas.

foto 26 de septiembre 36

Con la Diputación al fondo. Foto: Archivo Municipal de Burgos


23Sep
1936

Militares con honor

La breve tregua meteorológica que coincidió con la llegada del otoño astronómico significó un alivio para los cientos de presos que aguardaban su incierto destino. Seguro que Antonio José también confortaba su atormentado espíritu gracias al tibio sol equinoccial que iluminaba esos días los patios de la Prisión Central de Burgos. Apoyado en algún muro e intentando no mancharse con el barro de las últimas lluvias, pasaba el rato redactando una de las habituales postales para su querida Consuelito.

En la de este 23 de septiembre agradecía el meloncito (“…hace muchísimo tiempo que no como postre y ya sabes cuánto me gusta el melón”.) que le habían enviado, junto a unos tenedores de madera y unas postales prefranqueadas para poder seguir comunicándose con el exterior. Como siempre optimista y esperanzado en un final feliz para la aciaga experiencia que estaba viviendo, Antonio José bromea que “…con el tenedor de palo ya no nos falta una sola comodidad”. También cuenta que todos los días después de comer se toma medio bote de café con leche, invitado por sus amigos Saturnino Calvo y Carlos Santamaría: “Viene el café en un termo, calentito, calentito”. Vuelve a comentar que sigue engordando, pero que “En cambio el pelo se me está poniendo blanco por días; todos me lo notan”. Siempre coqueto pregunta a su interlocutora qué “Cuando me veas ya me dirás si me favorece…”

El que también tenía el pelo blanco, pero esta vez por su edad y no por una ‘canities súbita’ debida a la tensión acumulada, era el general Domingo Batet. Aunque no sabemos si coincidieron personalmente, Antonio José tenía que saber que en la misma prisión estaba encerrado, malviviendo como él, el que hasta su detención por sus traidores y golpistas compañeros había estado al mando de la VI División Orgánica. Héroe de las guerras de Cuba y África era un militar comprometido con la legalidad constitucional democrática a la que había jurado fidelidad. Una lealtad que ya puso a prueba en 1934 al impedir la insurrección independentista de la Generaliat de Cataluña, al proclamar unilateralmente el ‘Estado Catalán’. Por ello fue condecorado con la máxima distinción para un militar español: la Cruz Laureada de San Fernando.

Pero nada de todo esto impidió que tras un amañado consejo de guerra fuese fusilado, al alba del 18 de febrero de 1937, en el campo de tiro de Vista Alegre. Ese mismo sino corrieron casi todos los militares —la realidad es que en Burgos fueron una minoría— que se mantuvieron fieles a la legalidad republicana y que, a día de hoy, todavía no han recibido un homenaje por una digna y valiente actitud por la que, nada más y nada menos, se jugaron la vida. En esta heroica lista merecen ser citados también, entre otros, el coronel Villena, jefe del Tercio de la Guardia Civil, y el teniente coronel Dasca, jefe de la Comandancia de ese mismo cuerpo en Burgos.

foto 23 de septiembre 36

General Domingo Batet


21Sep
1936

Las postales de Honorio

Miedo, por no decir terror, incertidumbre, hacinamiento, frío, lluvia…, conforman una siniestra letanía que para la mayoría de las personas significaría un profundo abatimiento, casi una depresión. Antonio José y gran parte de los presos consiguieron sobrellevar su injusto encierro gracias, en buena manera, a la camaradería y solidaridad que reinaba entre ellos. La mayoría se conocían personalmente —en aquella época Burgos era una ciudad de apenas cuarenta mil habitantes—, muchos se movían en los mismos círculos sociales, culturales o políticos y unos cuantos eran amigos desde muchos años antes.

Entre los mejores amigos que compartieron esos terribles días con Antonio José se encontraron, además de los ya mencionados Ángel Arroyo y Saturnino Calvo, el escultor Carlos Santamaría, el impresor y periodista Antonio Pardo Casas y Honorio Martínez Sorrigueta.

Honorio era el que tenía la dedicación más insólita, por lo menos para un burgalés, ya que trabajaba de radiotelegrafista en un barco mercante que navegaba por buena parte de Europa y el norte de África. Antonio José estaba encantado con su amigo ya que le solía enviar postales de muchos de los puertos donde atracaba. El músico atesoraba con cariño esas imágenes de distintas ciudades de Argelia, Italia, Gran Bretaña y Holanda, con el anhelo de visitarlas algún día personalmente. Seguro que durante los largos días en la prisión los dos amigos hablaron largamente de esos futuros viajes. Honorio Martínez fue puesto en libertad a finales del mes de septiembre de 1936.

foto 21 de septiembre 36

Foto: Archivo Municipal de Burgos


19Sep
1936

Mandadme el abrigo de cuero

Este fatídico año, el fresco y las lluvias otoñales se presentaron más pronto y con mayor intensidad que la habitual. En las postales de esos días, Antonio José pide con urgencia a su familia que le envíen, entre otras prendas, unas botas, una manta, su castiza boina y, sobre todo, su elegante y confortable abrigo de cuero. Gracias a todo este equipamiento pudo superar con relativa comodidad los primeros fríos y las intensas precipitaciones que habían convertido el patio de la prisión en un lodazal.

También comenta que gracias a la manta, aunque bromea con que es vieja y tiene agujeros, ha dormido mucho mejor pese a “que no pueda quitar la dureza del santo suelo.” Pero Antonio José y Julio Martínez Palacios se han quedado un poco más solos en su encierro, ya que, por suerte para él, el día 15 había sido liberado su inseparable Santi Mediavilla. Un muchacho apenas que era sobrino de su amiga Consuelito y al que habían estado arropando durante su forzada estancia en la cárcel.

Pero mucha menos suerte tuvieron los 42 vecinos de Miranda de Ebro —con Emiliano Bajo Iglesias, el alcalde republicano de esa localidad burgalesa a la cabeza— que fueron fusilados el día anterior, tras consejo de guerra sumarísimo, frente a las tapias de la prisión. Por lo que cuentan algunos testigos las ejecuciones fueron dramáticas y bañadas en sangre. El único delito de estos ciudadanos era el haber defendido —fue de los pocos lugares de la provincia donde se intento una resistencia organizada— el orden constitucional legalmente establecido frente a los militares golpistas. Aunque todo hay que decirlo y en la confusión de esos días, 18 y 19 de julio de 1936, se quemaron varios edificios religiosos y hubo algún maltrato a las personas. Pero todos los muertos, y fueron muchos, cayeron del lado de los leales a la República.

foto 19 de septiembre 36

Foto: Archivo Municipal de Burgos