Antonio José, hace justo ochenta años...
Monte de Estepar Foto: Enrique del Rivero
Estas fueron las premonitorias palabras incluidas por Antonio José en el breve discurso que dirigió a los integrantes del Orfeón Burgalés al hacerse cargo de su dirección en la primavera de 1929.
Siete años después, el jueves 8 de octubre de 1936, al filo de la fría y oscura medianoche y mientras intentaba conciliar un sueño imposible, envuelto en la vieja manta que le había enviado su familia, sintió el cerrojo de la brigada en la que se hacinaba junto a otros cientos de presos. Al cesar los chirridos metálicos pudo escuchar una voz que gritaba su nombre y le apremiaba para bajar al patio.
No sabemos a ciencia cierta cuál pudo ser su reacción ante ese maldito requerimiento que le anunciaba una muerte terrible e inminente. Hay varias y contradictorias versiones de algunos testigos directos, pero cualquier ser humano ante una situación tan injusta y criminal como esa es ya de por sí un Héroe con mayúsculas. Nos gustaría creer que Antonio José, como narran los testimonios más románticos, se levantó con serenidad de su camastro y, tras atusarse el pelo y buscar su abrigo de cuero y su boina, se despidió de los aterrorizados compañeros que, al menos por esa noche, se habían librado de tal fatal destino. Incluso el funcionario que lo acompañaba en su último paseo hasta el patio se tuvo que sobreponer a sus emociones ya que había sido discípulo del músico y sentía por él un gran aprecio.
Después de los breves trámites burocráticos para permitir una fingida libertad por orden gubernativa y depositar sus escasas pertenencias sobre una manta —Antonio José además fue despojado por sus verdugos de su elegante y querido abrigo de cuero—, los 24 desgraciados que eran arrastrados hacia el matadero fueron maniatados entre sí. También se cuenta que el azar quiso que una de las manos del compositor, esa que tantas veces había acariciado las teclas de su piano para dictar su preciosista y eterna música, acabara entrelazada para siempre a la de su entrañable amigo, el periodista Antonio Pardo Casas.
Al salir al exterior de la prisión y sentir sobre sus rostros el desapacible viento de esa lluviosa noche, varios de los presos reaccionaron para oponer una digna e inútil resistencia frente a la salvaje partida de fascistas y militares que, por orden del general Francisco Fermoso Blanco —a la sazón gobernador civil de Burgos—, se habían hecho cargo de ellos. Pero sin miramiento alguno, con gritos, patadas y culatazos los criminales arrastraron a los detenidos hasta los camiones que les conducirían hasta la muerte. En medio de ese desgarrador tumulto Antonio José aún tuvo el valor de gritar: “Así me paga Castilla lo que he hecho por ella”.
Después de un corto viaje y de más torturas, más insultos y más vejaciones los 24 componentes de esa enésima saca fueron arrojados de los camiones al pie de una larga y estrecha fosa previamente excavada por los militares bajo las encinas del Monte de Estépar. Deslumbrados por los focos de los camiones y aturdidos por los golpes y los gritos de sus asesinos esos pobres e indefensos hombres casi no se dieron cuenta de las secas descargas de los fusiles y pistolas que de repente acabaron con sus vidas.
Nunca sabremos si es cierto pero cuentan que uno de los jesuitas que asistía espiritualmente a las víctimas en sus últimos momentos escuchó gritar a Antonio José antes de caer para siempre sobre esa húmeda y olorosa tierra burgalesa que tanto amaba un rotundo: “¡Viva la Música!”.
Estas emocionantes palabras fueron las últimas que escribió Antonio José Martínez Palacios. En esos momentos, cuando le quedaban menos de 48 horas de vida (él, aunque seguro que tendría ese pálpito, aún no lo sabía), nuestro personaje no es un prestigioso y premiado compositor, sino solamente un aterrorizado e indefenso joven, aterido de frío, cubierto de barro y humedad, sucio y demacrado, con el pelo encanecido de miedo y rodeado de cientos de angustiados hombres en su misma situación.
La lluvia, el frío y las largas noches otoñales sin luna no ayudaban a mantener el ánimo de los presos, ni tampoco la suerte que habían corrido los 56 compañeros —en la saca más numerosa de todas las efectuadas en la Prisión Central de Burgos— que esa misma madrugada fueron arrancados de sus precarios camastros carcelarios para ser conducidos entre amenazas y culatazos hasta su cruel destino final: las fosas del Monte de Estépar.
Los desabridos gritos de los asesinos, el metálico entrechocar de sus fusiles y el eco de los cerrojos y rastrillos de las galerías se mezclaban con la inútil resistencia de las víctimas y con algunos desesperados ruegos y sollozos. Todos estos sonidos componían una tensa atmósfera que como una dramática niebla se colaba por todos los resquicios para torturar y estremecer los cuerpos y el espíritu del resto de los insomnes y aterrorizados presos.
En fin, esta es la transcripción de la última postal de Antonio José dirigida, como casi siempre, a Consuelo Mediavilla el miércoles 7 de octubre de 1936: “Hace un frío tremendo; pero así y todo es preferible a la lluvia y al barro de ayer. Cuando vaya a casa me tendré que meter en lejía con ropa y todo. Ya ni siquiera intento limpiarme porque es imposible: no sé por dónde empezar. Ayer recibí una rueda de tabaco tuyo. Me vino como anillo al dedo. ¡Cuántas cosas y cuántas atenciones te debo! Te las he de pagar con creces, cara de pito. Y ya no me queda más que decirte que estamos muy bien. Recuerdos a todos y todas. Tengo muchas ganas de ir a darte mil abrazos”.
Última carta de Antonio José Foto: Archivo Municipal
Así de rotundo se expresaba Antonio José en la penúltima carta que escribió en su vida. La misiva, como casi todas, iba dirigida a Consuelo Mediavilla, su querida Consuelito, su amada ‘cara de pito’, y es tan escueta que se puede reproducir completa: “Sólo dos palabras porque te estoy escribiendo de pie y está lloviendo y no me puedo mover de donde estoy. Estamos bien; pero figúrate cómo. A mí mismo me da asco verme. Mándame tarjetas postales. Aquí no las hay otra vez y esta me la han prestado. Imposible escribir más. Recuerdos a todos y abrazos para ti. Muchos, muchos”.
Es evidente que Antonio José, además de su innegable y reconocido talento musical, tenía un don especial para escribir. Lo había demostrado a lo largo de su vida con numerosas cartas enviadas a sus amigos y familiares, y, sobre todo, a personas relacionadas con el mundo de la música: directores de orquesta, críticos, editores, etc. También en sus artículos y colaboraciones periodísticas, en especial en El Castellano, Diario de Burgos y Burgos Gráfico, los textos están muy cuidados y tienen una gran capacidad para transmitir a los lectores sus reflexiones sobre la música, el folklore castellano y burgalés, la cultura, el arte y sobre la vida en general.
Pero donde demuestra una capacidad inusual y, dadas las circunstancias, un gran aplomo es en las postales y cartas que ‘nos envió’ desde la cárcel. Impresiona comprobar como era capaz de redactar sus escritos de un tirón, con absoluta limpieza y sin apenas fallos, erratas o tachaduras. De verdad que deja muy tocado el ánimo leer y tener entre las manos los manuscritos de las dos últimas postales escritas por nuestro gran músico unos días antes de su terrible asesinato.
Nota: La fotografía que acompaña este texto es una de las últimas que le tomaron a Antonio José. Puede datarse a finales de junio o principios de julio de 1936, en algún paraje de la burgalesa comarca del Arlanza, y nos muestra a una persona feliz y satisfecha de estar almorzando junto a sus amigos en plena naturaleza. Junto a la festiva pandilla aparecen algunos de aquellos lugareños tan queridos por el músico y a los que seguro que ese día también les hizo entonar alguna de esas canciones populares que tanto le interesaban.
Finales de junio o principios de julio de 1936
“La vida es buena y bella para el hombre sencillo y sensato”. “El optimismo lo suaviza todo y a este optimismo se llega con la voluntad que es la palanca suprema de la vida”. “Concibo la vida como una misión. Luego de encontrada esta misión hemos de imponernos el deber de cumplirla poniendo en el empeño todo nuestro entusiasmo y nuestro esfuerzo.” “Me interesa el presente porque es el momento que vivo; pero pienso en el porvenir imaginándomelo como un bello ideal de superación depurada”. El hombre que en 1929, con solo 26 años, escribió estas sentidas y meditadas reflexiones continúa encerrado en la prisión de la ciudad a la que tanto amaba y a la que tanto había honrado con su enorme talento musical.
En la postal que Antonio José escribe este día, aunque sigue haciendo gala de ese optimismo consustancial a su personalidad, no puede evitar mencionar las precarias condiciones de vida que soportan él y los demás compañeros de cautiverio: “Hoy tenemos aquí barro hasta los hombros y una neurastenia aguda nos está invadiendo a todos. No tendría nada de particular que cuando salga (si salgo) me hiciera pescador de caña”. A pesar de que están redactadas con la prudencia necesaria para evitar la censura y, sobre todo, para no intranquilizar en demasía a sus amigos y familiares, las numerosas postales y cartas que Antonio José escribió durante los largos días de su cruel e injusto encierro constituyen uno de los testimonios más intensos y desgarradores de la situación vivida por los miles y miles de presos arrestados en las zonas donde se impusieron los militares golpistas durante los primeros meses de la Guerra Civil española.
Sin pretenderlo, Antonio José se convirtió en la voz, mejor diríamos en el angustiado grito, de todos esos hombres que habían sido arrancados, de un día para otro y sin previo aviso, de su vida cotidiana, de su trabajo, de sus casas, de sus padres, de sus mujeres, de sus hijos…
5 de octubre
A primeros del mes de octubre de 1936, mientras Antonio José y otros muchos cientos de burgaleses afines a la República o, simplemente, con ideas contrarias a los sublevados, malvivían privados de libertad y a la espera de un incierto destino entre los muros de la prisión, la ciudad de Burgos se había convertido en un atestado hervidero.
Ante la complacencia de las fuerzas vivas locales y el festivo entusiasmo de buena parte de la población, eran continuos los desfiles y concentraciones de militares golpistas, milicias de corte fascista, políticos de derecha, altos cargos eclesiásticos, representantes de las dictaduras afines —en especial de la Alemania nazi— y de todo tipo de simpatizantes de ese ‘Nuevo Estado’ que se acababa de definir con el nombramiento del general Francisco Franco como ‘generalísimo de los ejércitos’ y ‘jefe del Gobierno del Estado español’. Los fundamentos de la larga y cruel dictadura franquista se sentaron en el palacio de la Capitanía General de Burgos el 1 de octubre de 1936. Desde entonces la ciudad ostentó el dudoso honor de ser la ‘Capital de la Cruzada’.
Esos días también se vivieron con intensidad en la prisión. De una parte por la liberación de más de cien presos, en una especie de indulto por el nombramiento del nuevo ‘Caudillo’, y también por la momentánea paralización de las sacas nocturnas de presos. Se ve que los asesinos estaban más ocupados en los desfiles y el rendimiento de honores al dictador.
En su postal del 3 de octubre Antonio José da cuenta de la desazón que le producen estos acontecimientos: “Van saliendo muchos de Burgos y de mí parece que nadie se acuerda. Bueno: nosotros seguimos bien y esto es lo principal”. En esta misiva también se hace eco del frustrado intento del prestigioso arqueólogo José Luis Monteverde —una de las personas que estaba intentando la salvación del músico— de hablar con él. Hay que reconocer el valor y la lealtad que este y otros amigos de Antonio José demostraban al acercarse hasta la prisión durante esas convulsas jornadas.
El escrito que estamos mencionando (como todas las cartas y postales aparece publicado por Miguel Ángel Palacios Garoz en su libro ‘En tinta roja: cartas y otros escritos de Antonio José’, Burgos, 2002) contiene una frase que define muy bien la filantrópica personalidad del músico: “Hace unos días mandé en la cesta una cuchara; pregunta por ella y haz el favor de guardármela bien, y algún día te contaré el interés que tiene para mí”. Por desgracia, Antonio José jamás pudo contar a nadie que ese modesto objeto que tanto apreciaba pertenecía a uno de sus amigos, preso como él y que fue asesinado en una de las sacas de principios del mes de septiembre.
Nota: la fotografía que ilustra el texto recoge el caldeado ambiente de la plaza frente a la Capitanía General de Burgos, el 1 de octubre de 1936 y pertenece al Archivo de Foto Fede.
Burgos 1 de octubre de 1936 Archivo de Foto Fede